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sábado, 16 de enero de 2010

HAITI EN LA CONCIENCIA

JUAN T H

Estados Unidos y las potencias europeas, sobre todo Francia, tienen una buena oportunidad para devolverle a Haití una parte de las riquezas que durante siglos obtuvieron de ese pueblo.

No hablo de migajas humanitarias a propósito de las 400 mil toneladas de TNT, que es la fuerza del terremoto de 7.3 que devastó Puerto Príncipe, la capital haitiana. Las ayudas humanitarias no resolverán el problema haitiano. Antes del sismo Haití era un pueblo fantasma de nueve millones de muertos en vida, sin educación, sin salud, sin futuro. El terremoto no ha hecho más que enrostrarle al “mundo civilizado” la miseria del pueblo más miserable del continente. Haití, como recuerda Fidel Castro en su reflexión del pasado jueves es digno de mejor suerte porque luchó para alcanzar su autodeterminación y su bienestar.

El escritor uruguayo Eduardo Galeano, el autor de Las Venas Abiertas de América Latina, escribió hace un tiempo: “En 1803 los negros de Haití propinaron tremenda paliza a las tropas de Napoleón Bonaparte, y Europa no perdonó jamás esta humillación infligida a la raza blanca. Haití fue el primer país libre de las Américas. Estados Unidos había conquistado antes su independencia, pero tenía medio millón de esclavos trabajando en las plantaciones de algodón y de tabaco. Jefferson, que era dueño de esclavos, decía que todos los hombres son iguales, pero también decía que los negros han sido, son y serán inferiores. La bandera de los libres se alzó sobre las ruinas. La tierra haitiana había sido devastada por el monocultivo del azúcar y arrasada por las calamidades de la guerra contra Francia, y una tercera parte de la población había caído en el combate. Entonces empezó el bloqueo. La nación recién nacida fue condenada a la soledad. Nadie le compraba, nadie le vendía, nadie la reconocía.”

El profesor Juan Bosch, autor del formidable libro “De Cristóbal Colón a Fidel Castro” escribió en su obra “Composición Social Dominicana” que la revolución haitiana era “la única que fue simultáneamente una guerra social, de esclavos contra amos; una guerra racial, de negros contra blancos; una guerra civil, entre fuerzas de Toussaint y las de Rigaud; una guerra internacional, de franceses y haitianos contra españoles e ingleses, y por fin una guerra de liberación nacional, que culminó en la creación de la primera república negra del mundo”.

Pero Haití no ha tenido paz ni sosiego a lo largo de su historia. Los tiranos y traidores se han sucedido al igual que las intervenciones militares. Puede decirse que la historia de Haití, como la de la mayoría de los países latinoamericanos, es la historia del saqueo y de la muerte.

Haití no tiene petróleo, no tiene oro, no tiene diamante, no tiene bosques. Las potencias se llevaron todo lo que puede tener valor. Las transnacionales no tienen negocios en Haití, porque en Haití no hay negocio que hacer. Esa es parte de la tragedia de ese pueblo. En Haití sólo hay pobreza, sólo hay muerte y desolación. No ahora, por el terremoto, hace muchos años. El principal terremoto en Haití es el hambre que los mata todos los días; es la miseria que los margina y los condena a la muerte.

Estados Unidos y Francia, socios en muchas de las guerras de hoy, pueden hacer un plan para reconstruir Haití. Después de la Segunda Guerra Mundial se produjo el Plan Marshall que sirvió para reconstruir los países europeos que habían sido devastados por la guerra. Taiwán le debe su progreso, no a un milagro, sino al apoyo económico de las potencias capitalistas que intentaban socavar la revolución socialista de Mao Tse-Tung en China. Estados Unidos y las demás potencias económicas del mundo, tienen recursos más que suficientes para ir en auxilio de Haití creando un plan de reconstrucción. Haití no es digno de lástima, ni de pena, es digno de una cooperación económica masiva que contribuya con su desarrollo integral.

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